RETAZOS 061 Sergei no roba caballos

Sergei bajaba todos los días al zoco montado en un brioso caballo de la corte del Califa. Aunque nadie sabía si era jardinero, servidor o amigo, los guardias de la aduana le saludaban y murmuraban "¡Cómo vive el eslavo del Califa!"
La verdad es que Sergei añoraba su deambular por India y tenía ganas de visitar a su Maestro en China, pero no tenía dinero, ya que el eslavo recibía alojamiento y comida por sus servicios. 
Pues bien, pasado el tiempo, se encontraba preparando el té para su Maestro en las chozas que habitaba junto al monasterio. 
- Sergei, ¿Cómo conseguiste salir de esa situación?, le preguntó maliciosamente el Maestro.
- Bueno, Alma noble, ya sabes que en las cortes de los príncipes del Islam pasan las horas escuchando a los narradores de cuentos. Repiten siempre los mismos, pero de lo que se trata es de saberlos contar.
- ¿Y...? - preguntó con indisimulada curiosidad el sabio anciano, que se pirriaba por una historia bien contada.
- ¿Conoces, Venerable señor, la historia del contrabandista? Héla aquí tal y como me la contaron:

"Todos sabían que era un contrabandista. Pero nadie había logrado demostrarlo. Con frecuencia, cruzaba de la India a Pakistán a lomos de su burro, y los guardias, aun sospechando que contrabandeaba, no lograban obtener ninguna prueba.
Cuando el contrabandista se retiró a vivir a un pueblo de la India, uno de los guardias se lo encontró y le dijo: 
- Yo he dejado de ser guardia y tú de ser contrabandista. Dime ahora, amigo, qué contrabandeabas.
Y el hombre repuso: "Burros!"
- ¿Conque ese era el destino de los briosos corceles de las cuadras del Imán de los creyentes?, - exclamó el Maestro con fingido enojo en el semblante -. Lo tuyo no era contrabandear, Sergei. ¡Lo tuyo, sinvergüenza, era robar!
- ¡Alma, noble! ¡Venerable Señor! ¿Acaso no me enseñaste un día que somos nada? ¿Quién podría cabalgar sobre el vacío? ¡Sería como cuidar de un alcorque que no existe, porque también es nada!
- ¡Sergeiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!
- Sí, Estanque en el que se refleja la Luna, me voy a los alcorques.
El Maestro no podía contener la risa porque había sido él quien le había dado la idea por telepatía, tanto le divertían las aventuras del discípulo. Por eso, de vez en cuando, le insuflaba el ansia de ponerse en camino. Para recolectar historias.

José Carlos Gª Fajardo


Este texto pertenece a la serie 'Retazos de Sergei', una colección de cuentos orientales adaptados a nuestro tiempo