El derecho a emigrar

En la frontera sur de la Unión Europea se están produciendo asaltos de centenares de inmigrantes a la vez a las vallas metálicas y con sistemas de protección electrónica. 
El derecho a la vida está por encima de cualquier otro derecho como el de propiedad o el de soberanía sobre un territorio, pero lo que caracteriza a un Estado de derecho es que existan y se apliquen unas reglas de juego refrendadas por la mayoría.
Las fronteras son una realidad y a las fuerzas de seguridad corresponde defenderlas por los medios adecuados. Si se exceden, deberán rendir cuentas pero también los inmigrantes tienen que conocer que una de las razones del atractivo que ejerce sobre ellos la vida en Europa se debe al respeto de un orden establecido, a unas leyes, a unos impuestos, a la igualdad de derechos para todos, a la no-discriminación por causa de género o de religión o de opción sexual, a la obligación general de asistir a la escuela, a la supremacía de la ley sobre la fuerza y un largo etcétera recogido en la Declaración de Derechos Humanos.
Si en los países democráticos de Occidente rigiese la Ley de la selva no merecerían la pena los esfuerzos que muchas personas hacen por venir a trabajar, a vivir y a convertirse en ciudadanos de estos países.
Las mafias que los engañan y los explotan deben ser perseguidas y castigadas con todo rigor por los países de salida y de los de acogida.
Al mismo tiempo, deberán funcionar comisiones mixtas para estudiar las causas que mueven a millones de seres a ejercer el derecho natural a emigrar y a escoger un domicilio para vivir con la dignidad que corresponde a todos los seres humanos por el hecho de serlo.
Si en el país de origen existieran condiciones de vida justas nadie se arriesgaría a emigrar. Las personas emigran por necesidad, por un puesto de trabajo remunerado con justicia, por unas condiciones de vida dignas para el trabajador y para sus familiares. Nadie emigra por placer.
En los países de origen existen situaciones económico-sociales mejorables cuando no radicalmente injustas. Para transformar esas realidades deberán aplicarse todos los países implicados, de origen y de acogida. 
En Europa tenemos que reconocer que necesitamos a los inmigrantes para sobrevivir y poder mantener nuestras conquista sociales. Sería imposible mantener nuestro nivel de vida, nuestro desarrollo político y económico sin la ayuda eficaz de esos más de dos millones de inmigrantes que necesitamos cada año.
La curva demográfica en los países miembros de la UE lleva más de una década estancada y no cesa de descender. Por el mayor nivel de vida y el acceso de las mujeres a la educación y a los puestos de trabajo que son iguales a los de los hombres, han retrasado en casi diez años la fecha de nacimiento de los hijos, por lo que, las mujeres en la Unión Europea tiene uno o dos hijos a partir de los treinta años.
Ninguna barrera, por sofisticada que sea, hará desistir a los inmigrantes que buscan una vida mejor en Europa. La Europa fortaleza que algunos defienden es una fantasía peligrosa. Los derechos políticos y sociales de los europeos a vivir con arreglo a sus ordenamientos jurídicos chocan de plano con el derecho de los habitantes de esos países a percibir la retribución debida por las materias primas que, en un 70%, Europa extrae de sus tierras. Es urgente reconocer que necesitamos esa fuerza de trabajo sin la cual no podemos sobrevivir ni mantener la Seguridad Social ni garantizar el cobro de las pensiones por una población en proceso de envejecimiento imparable: antes de una década en Europa las personas mayores de 60 años superarán a las menores de 20 años si no lo remedian los inmigrantes con su riqueza en hijos y en aportaciones que favorezcan un mestizaje vital y fecundo.
En Solidarios, la ayuda a los inmigrantes será un objetivo prioritario y cooperaremos con otras organizaciones serias en el desarrollo de sus programas: educación de los más jóvenes, enseñanza del español, conocimiento de nuestras costumbres, de sus derechos y deberes para su mejor integración en nuestra sociedad. Necesitamos voluntarios animosos y capaces para esta tarea formidable. Nosotros también hemos sido emigrantes durante siglos en tierra ajena.

José Carlos Gª Fajardo

Carta del Presidente del Boletín 76