Un profeta en los bajos fondos

Cálate jonco, ca passa la quina. Inclínate, junco, que pasa la riada. Este dicho de la mafia corsa estuvo presente durante la proyección de esta magnífica película.
Un profeta narra la epopeya de un inesperado líder de los bajos fondos en una prisión francesa que llega a un mundo con sus propias reglas, y siguiendo el consejo de la persona que está a punto de asesinar, intenta salir de allí más listo y un poco mejor de cómo ha llegado.
Un joven de origen árabe es condenado a 6 años de prisión. Ni sabe leer ni escribir, frágil y “angelical”, pero tendrá que hacerlo para sobrevivir en aquella situación inhumana. A sus 19 años se revela capaz de aprenderlo todo, mientras barre o sirve en silencio al capo de la banda corsa que controla la prisión.
Estamos ante un nuevo icono de la delincuencia que atestigua el cambio social en Francia. Ante la prisión como una metáfora de la sociedad. El interior y el exterior de la cárcel se convierten en la misma cosa, y lo que aprendes dentro te sirve fuera y permitirá a Malik dar un giro a su situación y a la de Jhasmina y su hijo, que reposa sobre el pecho de Malik, en una secuencia inolvidable.
Es la historia de una persona que llega a una posición que nunca habría alcanzado de no haber estado privado de libertad. Es como la cometa que sólo vuela cuando está sujeta a una cuerda, a unos valores, a una identidad con reglas en las que ya no impera la volubilidad de los vientos. Malik está allí y se acomoda a la corriente del río, como los juncos.
Película rotunda y no exenta de ternura y del mundo interior del protagonista. También llamada de atención ante una realidad que tratan de ocultarnos en busca de no sé qué identidad nacional francesa.
Malik es un profeta, una persona que anuncia un nuevo prototipo de mafioso, un nuevo individuo, dice el director, porque dota de protagonismo y heroísmo a un joven árabe provisto de un mundo interior, que palpita en el film con fugas poéticas entrañables.
Es la historia de un hombre en busca de una identidad.
Al comienzo él mismo no sabe si es árabe, argelino o beréber. Le da igual. “Es como un indigente. Una persona sin domicilio", los corsos son los primeros que lo llaman árabe y los árabes le dicen corso.
Del cine carcelario del que parte, la película se viste de realismo, a la vez que deriva hacia lo fantástico y poético con la presencia de un fantasma que acompaña al reo, su “amigo invisible” en quien se convirtió el hombre al que tuvo que asesinar con una cuchilla de afeitar que llevaba en su boca, o con las ensoñaciones de Malik que dan pie a una de las secuencias más misteriosas del filme.
Había todos los elementos para un filme carcelario: la prisión, un personaje que tenía que luchar para salir adelante. "La idea era partir de ese cine de género, para ir empujando las barreras, y encontrar una cierta libertad, de la misma manera que el personaje busca la suya".
La película devolvió a los jóvenes franceses descendientes de árabes el orgullo de vivir una epopeya llena de un lirismo que fagocita la fría realidad carcelaria. Con el personaje de un líder mafioso corso, envejecido en prisión, puso a ciertos franceses blancos ante el espejo de su triste realidad al contraponer la cruda realidad de prisiones francesas que son dignas del Tercer Mundo. La solidaridad, la familia y la auténtica vida están del lado de los que sufren en Francia.
Pese a los informes de Amnistía Internacional y del Observatorio Internacional de Prisiones, el Gobierno mantenía con sordina esas condiciones infrahumanas, infligidas a africanos y magrebíes, que en ocasiones ningún delito han cometido. El filme toca el tabú de la derecha gala que pacta con los mafiosos corsos.
“Mirando al fondo de los ojos del protagonista, ese chaval frágil y mal vestido, feliz al salir de la cárcel al final de la obra maestra de Audiard, orgulloso tras vencer el racismo de los corsos y de todo un sistema carcelario, escribe Andrés Pérez, los franceses pueden ver un final feliz para su país en crisis moral”.
Una anómala relación paterno-filial con el líder corso centra buena parte de una trama que, en opinión del crítico Gulnara Abikeyeva, se estructura como eco de los pasos -lucha, supervivencia, voluntad y conquista- de la vida del profeta Mahoma.
Estamos ante el comienzo de una saga con un final abierto y prometedor.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 05/03/2010