Vistas de las cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de América, de Alexander von Humboldt (Catarata, 2010)

“La pereza de los blancos, enorme en estos climas, hace que los directores de los establecimientos mineros tomen a sueldo a los indios de este género, a quienes llaman caballitos porque se hacen ensillar todas las mañanas, y apoyados en un bastoncillo, con el cuerpo inclinado hacia delante, conducen al amo de un punto a otro de la mina. Los caballitos y cargueros de paso más seguro, igual y dulce son preferidos. ¡Cuán triste es pensar que hay hombres recomendables por cualidades propias de las bestias!”

“No bastarían algunos siglos para observar las bellezas y descubrir las maravillas allí prodigadas, 2.500 leguas desde las montañas graníticas del estrecho de Magallanes hasta las costas próximas a Asia, pero pensaría tener cumplido mi propósito, si los modestos bosquejos que contiene este libro excitan a los viajeros amantes de las artes a visitar las regiones que he recorrido”.

El viaje a la América española (1799-1804) de Humboldt y de su amigo Bompland constituyó para la ciencia europea la gran síntesis de los conocimientos que se tenían sobre el Nuevo Mundo, así como el nacimiento de la geografía moderna, de la geografía botánica, y un gran avance en geología, botánica, antropología, arqueología, etc.
Su creencia en la capacidad para comprender los secretos de la naturaleza y de la sociedad con la fuerza de la razón, su ideología democrática, su interculturalidad, incluso su forma de presentar sus resultados, en los que la ciencia, la ética y la estética forman un todo, le acercan al proyecto moderno, en el que el individuo surge con fuerza. Humboldt pasó a convertirse en el mundo americano, además de un icono de la independencia que sólo llegó a atisbar, en un mito de la modernidad por su visión multicultural.
Alexander von Humboldt es prusiano, noble y rico; Aimé Bonpland es francés y de orígenes modestos. Cuando se encuentran en París, Humboldt tiene 29 años, Bonpland 25. El primero busca desesperadamente una ocasión de recorrer el mundo para ejercer su pasión por la geografía, la geología, las ciencias humanas y la botánica. Médico diplomado de la Marina, el segundo divide su tiempo entre las plantas, su pasión, y el Museo de Historia Natural mientras espera una hipotética participación a una campaña científica: o la de Bonaparte a Egipto, o la de Nicolás Baudin quien espera realizar un viaje alrededor del mundo. Alexander es homosexual, Bonpland amante incorregible de las mujeres....
La homosexualidad de Humboldt le hizo padecer toda su larga vida de 90 años de la nostalgia por las tierras y las gentes del Nuevo Mundo. Siempre soñó con regresar a México y fundar una Academia de Historia Natural.
Extraño y complejo laberinto de parecidos y diferencias. Sin embargo tienen en común tres rasgos esenciales de carácter que van a servir de catalizadores de una amistad indestructible de increíble riqueza. Tanto el uno como el otro están animados por ideales democráticos de total generosidad. Ambos son ávidos de conocimiento y de voluntad de hacer don a la humanidad del aporte de sus descubrimientos. Y, al fin, ambos son jóvenes, dispuestos a ser maravillados y audaces hasta la inconsciencia. En estas expediciones les acompañó Carlos Montúfar, hijo del Marqués de Selva Alegre de Quito, que le había de seguir hasta Europa y que tanto significó en su vida.
Durante cinco años, van a surcar incansablemente la América Española y utilizar todos los recursos de sus espíritus enciclopédicos para hacer una descripción metódica de lo que observan que nadie antes que ellos había llevado tan a fondo. Viajan más de quince mil kilómetros cargados de instrumentos científicos, levantando mapas, anotando observaciones sobre la naturaleza y los hombres, los hechos históricos y geográficos, estableciendo así los primeros perímetros sobre la formación geológica del continente y escribiendo el primer esbozo demográfico.
Son ellos, entre otras cosas, los fundadores de la antropología y de la etnología americana por su descripción objetiva de los indios y pioneros de la arqueología del continente. Esbozan igualmente una visión de la sociedad colonial española, con sus luchas de intereses, sus métodos de explotación. Su trabajo anuncia lo que va ser la América Latina del siglo XIX después de la victoria de los libertadores, con sus desequilibrios y sus guerras civiles.
Los dos naturalistas son personajes extremadamente fuertes, armados de un colosal y muy moderno bagaje de certitudes: odio a la esclavitud, desconfianza de la colonización, refutar lo sobrenatural, fe en la humanidad, en lo Verdadero y lo Bello, en la universalidad del conocimiento. Son testigos de un auténtico espíritu pragmático heredero directo del “Siglo de las Luces”.
Esa amistad fue fructífera pero se interrumpió por el deseo de Bompland de regresar a América para cuidar su jardín de rosas.
Algunos días antes de ser informado de la muerte de Bonpland, Alexander le envió una carta para tratar por última vez (no se veían desde hacía más de cuarenta años) de convencer a su viejo amigo Bonpland de volver a Europa : “Sobrevivimos, pero, desgraciadamente, la inmensidad del mar nos separa. Jamás nos hemos debido separar. Tu tendrías igual placer que yo en evocar a Cumana, el Cogollar, nuestras privaciones y nuestras felicidades en el Orinoco. ERA EL BUEN MOMENTO (juventud) EN QUE ÉRAMOS INFELICES... Amábamos las grandes emociones; ahora el drama pasó, la memoria se enfría, terminamos olvidando. ¿Te recuerdas de Turbaco, del manantial, de esa frágil orquídea que comparábamos a una lluvia de oro? Sin embargo desearía intensamente ver de nuevo tu escritura antes de mi próxima muerte...” (Lo que nunca logró ya que Bonpland murió antes de poder contestarle).

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en el Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) el 16/07/2010